jueves, 16 de septiembre de 2010

Kamil

Esto lo escribo de memoria. Espero no cambiar una coma.

Pertenece a un poeta que no quiso ser poeta, a un juglar que prefirió no ser juglar, a un narrador incapaz de sentarse a narrar; a un héroe cuya heroicidad quedó atrapada entre las paredes de los bares; quizá se limitó a ser antihéroe.

Y sin embargo todo ello lo hacía maravillosamente.




Me atraen los rincones oscuros de tu física presencia
y me deshilo por recoger los ángulos
que toman forma en tu movimiento.

Es porque me desespero por el aire trastornado por tu forma
al recordar que en el espacio que ocupas
resuena el eco del lugar húmedo, oscuro y tibio donde nací.


***


Tú que sabes donde miro con tanta insistencia;
allá es el horizonte de mi mundo,
la curva de la tierra.
También tiene reflejo en la comba de tu cadera
estelada de lucérnulas.
Creí notar un pelaje de suave animal bajo la tela
y mis ojos ciegos vieron por primera vez,
y mis oídos sordos de pena
volvieron a escuchar
con tu primer jadeo.
Igual que cuando la luz a golpes te abre los párpados
y ya no hay más aire vacío,
ni más brisa fría.

(Canción)

Y poder llenar de vaho las ventanas de cristal;
dentro sólo somos dos, fuera hay escarcha.
Te quiero por dosel en mi lecho,
y es que mi mano sube cual enredadera.
Qué mejor manto que el baldaquín del cielo.
Desde tus piernas hasta las caderas,
donde he visto vuelan alas de luz,
donde caigo sin resuello; y me animo, y trepo…
y es un caer de luceros de fuego en el alféizar
y ni me entero.
Desde ahora esta estancia no la alcanzará el invierno,
y será un huir y un escapar de claridad en claridad,
con tu risa haciendo eco en cualquier rincón.

Y al abrir las puertas se ha llenado todo
de semillas de vilano que rondan torno a ti,
que rondan torno a ti.


Kamil Anain


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