lunes, 20 de octubre de 2008

El Amable Ingrato (III)

.
No quiero mirar,
no donde tú estés;
no quiero seguirte
como una sombra
asustada.

No quiero maullarte al oído;
no te quiero a mi lado,
respirando conmigo,
despertando en mi cama;
no quiero verte dormir
como un ángel
y que la luz del día
te bañe como a un arroyo,
y te haga resplandecer;
no quiero tus atardeceres,
ni tus noches.

No desearía tomar
tu cabeza entre mis manos
y besarte los ojos
y la frente,
y acurrucarte en mi seno.
No quiero acunarte,
ni cuidarte.

No quiero cosas
que puedan ser mentira.


Kayele
(Almizcle de Hombre, XXIIV)

***


Y cómo no decirte...
te pienso,
claro que te pienso.
Es que no puedo dejar
de mirar,
de buscar,
añorar ni perseguir.

En alzas mi corazón
tampoco se deja,
conoce cuanto de oscuro
guarda el presente,
promete el futuro.

No sé de cuanto
mi falsa moneda,
la persistencia,
el misticismo.

Desconozco el significado
del silencio,
tu silencio.
Y me repito:

“Yo tampoco sé nada.

No sé nada.

Nunca.
Nada”.


Kayele
(Almizcle de Hombre, XXIII
)

***


No voy a inventarme un tú
menos ingrato,
ni menos amable;
debo hacerlo limpiamente,
sin cortes.

Barrer despacio la colcha.
Repasar a palma abierta
la sinuosa trayectoria.
Rememorar los olores,
el tanteo de la luz tenue
sobre la carne,
los sonidos y las voces;
el tacto... tu tacto seguro.

Voy a barrer sin cortes
sobre tu semen,
y sobre la espina,
esa espinita sanguinolenta.
.
.
.

Finjo.
Una actriz dolorida
ceñida a una escoba,
recogiendo las colillas
de la fiesta.
Una idiota sentada
en la calabaza.


Kayele
(Almizcle de Hombre, XXIV)


Música: El Amable Ingrato (Asurancethurix Park- Tiempo al Tiempo, 2007)





Desde que tú te marchaste
mi dormitorio está negro,
porque en él sólo dejaste
este profundo silencio.
Desde aquella triste noche
me persiguen los insectos,
huevas de hombre sembraste
en este corazón viejo.

Desde que te marchaste
ya no volví a levantar cabeza;
me has dejado en la boca sabor a muerto
y a sangre fresca.
Rezuman las abejas
en la masacre de este desierto,
no necesito sanarme
la  yaga y el crimen los llevo dentro.


Se me acabó la inocencia
porque me he bebido el tiempo,
no he sabido cocinarlo
y se me quedó en los huesos.
Todo en esta vida deja en la piel
marca de fuego;
huevas de semen sembraste
en este corazón negro.

Desde esa triste noche
ya no volví a levantar cabeza,
me dejaste en los labios sabor a muerto
y a sangre fresca.
Rezuman las abejas
en la masacre de este desierto,
no necesito sanarme
la yaga y el crimen los llevo dentro.


Se derramó en el cuerpo
el cemento helado de la tristeza;
para olvidar tus besos
me sobra valor pero me faltan fuerzas.
Detrás de la tormenta
vuelve la calma de los excesos,
con la ropa empapada
solo he querido marcharme lejos.


Kayele


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Joder, Kayele, los pelitos como escarpias se me ponen, con la ñaja que eres hay que ver ké peazo corazón ke tienes, y ké peazo de ...Sigue regalándonos trozos tu nobleza en poemas, ke son la CAÑAAAAA!!!!

Kayele dijo...

Muchas gracias, wapa.
Que orgullo que me lo digas tú.