lunes, 16 de enero de 2012

Terramar II

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-Pero vos sabíais que son gente malvada…

-¿Tenía entonces que ser como ellos? ¿Dejar que sus actos gobernaran los míos? ¡Yo no elegiré por ellos, ni permitiré que ellos elijan por mí!

Arren no replicó, pensando en lo que había oído. El mago dijo entonces, en un tono más bajo:

-¿Te das cuenta, Arren, de que un acto no es, como creen los jóvenes, lo mismo que una piedra que levantas del suelo y arrojas lejos, que da en el blanco o yerra, y nada más? Cuando levantas la piedra, la tierra se aligera y la mano que la sostiene es más pesada. Cuando la arrojas, influye en los circuitos de los astros, y allí donde golpea o cae, el universo cambia. De un acto cualquiera depende el Equilibrio del todo. Los vientos y los mares, los poderes del agua y de la tierra y de la luz: todo cuanto ellos hacen, bien hecho está, y es para bien. Todos actúan dentro del equilibrio. Desde el huracán y el mugido de la ballena hasta la caída de una hoja seca y el vuelo del moscardón, todo cuanto ellos hacen es parte del Equilibrio del todo. Pero nosotros, los que tenemos poder sobre el mundo y sobre otros hombres, nosotros hemos de aprender a hacer lo que la hoja y el viento y la ballena hacen por naturaleza. Hemos de aprender a mantener el Equilibrio. Somos inteligentes, y no hemos de actuar en la ignorancia. Somos capaces de elegir, y no hemos de actuar sin responsabilidad. ¿Quién soy yo, aunque pueda hacerlo, para castigar y recompensar, para jugar con el destino de los hombres?


IV, Luz de Magia
Libro tercero: La Costa más Lejana




Se irguió al fin, y en ese momento vio del otro lado del arroyo, enorme, un dragón.
La cabeza –color hierro, moteada como por una herrumbre rojiza alrededor de los ollares, las órbitas y la quijada- colgaba frente a él, casi sobre él. Las zarpas se hundían profundamente en la blanda arena húmeda de la orilla del arroyo. Las alas, replegadas y visibles en parte, eran como velas, pero el largo cuerpo oscuro se perdía en la bruma.
No se movía. Podía estar agazapado allí hacía horas, años o siglos. Estaba tallado en hierro, modelado en piedra… pero los ojos, esos ojos que Arren no se atrevía a mirar, los ojos como de aceite girando sobre agua, como un humo amarillo detrás de un vidrio, esos ojos opacos, profundos y amarillos observaban a Arren.


XIII, La Piedra del Dolor
Libro tercero: La Costa más Lejana




[…] -¿Y qué bruja querría casarse con un hombre?

Siguieron partiendo juncos.

-¿Qué tienen de malo los hombres?- preguntó Tenar con cautela.

Con igual cautela, en voz más baja, Musgo respondió:

-No sé, queridita. He pensado en eso. Muchas veces lo he pensado. Lo único que puedo decir es esto: el hombre está metido dentro de su piel como una nuez en su cáscara. –Alargó los largos dedos doblados y húmedos, como sosteniendo una nuez.- Es una cáscara dura y resistente, y el hombre está lleno de sí mismo. Lleno de esa carne grandiosa de los hombres, del ser del hombre. Y eso es todo. Es todo lo que hay. Dentro no hay más que él y nada más.

Tenar reflexionó por un rato y finalmente preguntó:

-Pero ¿si es un hechicero…?

-Entonces todo lo que tiene dentro es poder. Él es su poder, así es. Eso es lo que pasa con los hombres. Y eso es todo. Cuando su poder desaparece, él también desaparece. –Cascó la nuez imaginaria y tiró los pedazos de la cáscara.- Nada.

-¿Y qué pasa con una mujer, entonces?

-¡Ah, querida!, una mujer es algo muy distinto. ¿Quién sabe dónde empieza y termina una mujer? Escucha esto, señora, yo tengo raíces, tengo raíces más profundas que esta isla. Más profundas que el mar, más antiguas que el surgimiento de las tierras. Me remonto a las sombras.


V, Un Buen Cambio
Libro cuarto: Tehanu




La vieja luna había salido. Su blanco brillo sobre la nieve se reflejaba en la habitación, porque, aunque hacía mucho frío, Tenar nunca cerraba los postigos. Por encima de ellos todo el aire resplandecía. Se quedaron acostados en la sombra, pero parecía que el techo no era más que un velo tendido entre ellos y los infinitos y serenos abismos de luz plateada.


XII, Invierno
Libro cuarto: Tehanu




-Las mujeres dijeron que estaban viniendo para aquí y que sacrificarían a la hija de un rey y no a una cabra, porque ellos son hechiceros, y yo tenía miedo. –La princesa se secó la cara, apretó las manos y empezó a intentar superar el pánico en el que se había encontrado sumergida. Había sido un terror real, incontrolable, y Tenar sintió pena por ella. No dejó que se notara su compasión. La muchacha tenía que aprender a aferrarse a su dignidad.


III, El Consejo del Dragón
Libro quinto: En el Otro Viento




¡Y hablaba la misma lengua que Tenar! Tenar la había torturado pacientemente en hárdico, había quedado encantada con su rapidez para aprender, y se daba cuenta justo ahora de que el verdadero placer había sido simplemente hablar kargo con ella, escuchando y diciendo palabras que albergaban toda su infancia perdida.”


IV, Delfín
Libro quinto: En el Otro Viento



Historias de Terramar
Ursula K. Le Guin



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