lunes, 9 de julio de 2012

Agua Regia


Todo comenzó con el asunto de los Sólidos Platónicos, que según pudimos saber aquella tarde no eran más que poliedros regulares: los de cuatro, seis, ocho, doce y veinte caras, producto de un universo que tiene tendencia a un estado organizado pero de mínima energía; como una especie de formatos estándar a los que, lo vivo e inerte, tiende a parecerse siempre que cuente con tiempo suficiente para organizarse.
Estas estructuras extraordinariamente simétricas también son conocidas como cuerpos platónicos, cuerpos cósmicos, sólidos pitagóricos o, sencillamente, poliedros regulares convexos. La estructura cristalina de los minerales y de los copos de nieve, las formas de los radiolarios, las celdillas de un panal o la carcasa de algunos virus se basan en geometrías de este tipo o sus derivados.






De algún modo extraño que ya no recuerdo, pero pasando por las burbujas... la conversación derivó en la esfera y sus asuntos cósmicos; en la Gravedad como fuerza que nos mantenía aferrados al suelo, neutralizando la fuerza centrífuga de un planeta que gira a toda velocidad; y es que los primeros que saldrían despedidos de la superficie Terrestre serían los materiales más densos.
Eso nos suscitó la duda inmediata de cuál sería el material más denso del planeta... y resultó ser el Iridio, un elemento que en la corteza terrestre se encuentra en cantidades irrisorias, pero que es bastante abundante en los meteoritos. Casualmente el Iridio era el único metal resistente no sólo a todo tipo de agentes corrosivos, sino también al Agua Regia.
Este líquido de nombre solemne no era más que una mezcla de ácidos clorhídrico y nítrico en proporciones adecuadas, con la que un alquimista consiguió por primera vez disolver el oro; quizá de ahí su nombre, ya que el oro no era atacado por ningún otro producto.

Todo esto viene a colación de una anécdota que quería contarte, relacionada con el agua regia, con la que el químico húngaro George de Hevesy disolvió las medallas de oro de dos premios Nobel, Max von Laue y James Franck, para evitar que los Nazis las robaran. Colocó esta solución en una estantería de su laboratorio en el Instituto Niels Bohr.
Después de la Segunda Guerra Mundial, volvió al laboratorio y precipitó el oro para sacarlo de la mezcla. El oro fue devuelto a la Real Academia de las Ciencias de Suecia y la Fundación Nobel entregó nuevas medallas a von Laue y a Franck.

...

Es genial tener este tipo de conversaciones. Siempre se aprenden cosas.


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