viernes, 6 de mayo de 2011

Primavera nuclear (III)

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Recuerdo una vez, cuando aún iba a la facultad, no recuerdo bien si fue en clase de genética general o de citogenética, que un profesor nos estaba exponiendo su visión de la actual extinción de las especies; él daba casi por hecho que el ser humano iba a destruir la mayor parte de la vida en el planeta tal como la conocemos. Según él no había que darle mayor importancia al asunto. Argumentaba que, aunque quisiéramos, no acabaríamos con la vida, que la vida se abriría paso de nuevo en el planeta, tarde o temprano, de una manera u otra.

Tengo que estar de acuerdo con él en que aunque acabáramos con el 99.9% de las especies, probablemente las que quedaran se las compondrían para sobrevivir y volver a poblar el planeta y derivar en nuevas especies. O quizá pensaba que con unos cuantos millones de años, la vida totalmente extinta aparecería de nuevo como ya ha aparecido una vez en la Tierra; y en esto también estoy de acuerdo.

Pasé esa tarde dándole vueltas a esto que nos había dicho el profesor (cuyo nombre no viene a colación mentar) y mi conclusión fue la siguiente: si quemamos la Capilla Sixtina a propósito, o demolemos el Louvre, o derrumbamos la Alhambra… quizá algún día venga algún pintor, alguna arquitecta que diseñe un edificio hermoso recubierto de frescos y cuadros magníficos en sus paredes y cúpulas, y trataría de alguna forma de reemplazar lo anteriormente destruido.

Puede que se ocupase su nicho… pero nunca recobraríamos lo perdido.

Porque cada diseño natural, desde la más ínfima bacteria al vertebrado más enorme, los hongos, los árboles, los insectos… son artefactos únicos, y son irrepetibles; combinaciones exclusivas producto de mucho tiempo y ensayo, de memoria, ingenio, azar, mezcla y equilibrio en una circunstancia concreta; al igual que ha ocurrido con las pinturas, los edificios o las sinfonías que tanto amamos.

La vida sobrevivirá a la humanidad, seguro, pero las especies desaparecerán.
Yo quisiera disfrutarlas un poco más tal como las conocemos y, sobre todo, me gustaría darles el trato que merecen como obras maestras de la naturaleza.


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