jueves, 27 de mayo de 2010

Paraíso Inhabitado

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Unas perlas de la última novela de Ana María Matute.
Tenía ganas de compartirlas contigo.




Pero percibía más que eso, lo veía físicamente, un entrelazarse de palabras sin voz, que iban y venían desde los ojos azules de Eduarda a los negros ojos de Michel Mon Amour. Era el mismo, o parecido, lenguaje que se enviaban unas a otras la lámparas de cristal en la noche, un lenguaje hecho de destellos, comunicándose unos a otros, a través de racimos de luz. Yo conocía aquella lengua aprendida en mis correrías nocturnas hacia el salón, cuando navegaba en un barco de papel de periódico.

Capítulo 4


Y era la primera vez que yo me reía, por lo menos con tantas ganas, y sentí como si dentro de mí algo estallara en mil pedazos, como si aquel montoncito de piedras que pesaba sobre mi corazón saltara por los aires. Y pensé: Que bueno es reírse.”

Capítulo 6


A veces, los largos rizos un poco desmayados de Gavi me rozaban la mejilla. Tan juntos estábamos, tan unidos en una sola historia los tres: él, la historia y yo. Y revivo el aroma de su piel, y el rizo dorado; tenían un olor especial, un aroma que luego sólo he reencontrado cuando he visitado escuelas o colegios de párvulos: olor a niños, ni bueno ni malo. Sólo sé que ningún adulto huele ni olerá jamás así.

Asentí, con la sensación de estar respondiendo a una pregunta muy lejana, tan lejana que empezaba antes de mi nacimiento y no tenía fin. El pasado y el futuro se confundían, entonces, con una envidiable agilidad

Capítulo 11


Había un gran desconcierto, un desorientado y desapacible ir y venir, desde el corazón de la casa: la cocina. Allí donde se narraban cuentos, se desvelaban historias familiares, y se cobijaban secretos mal tapados: un enorme corazón latiendo, una llama infatigable desde antes de que yo naciera. Ecos de un fuego, que aún crepita en episodios familiares, gaceta diaria de sucedidos domésticos, todos envueltos en humo de pucheros, cazuelas y toda clase de suposiciones, rencores, y, acaso, de vez en cuando, alguna esperanza o una chispa de amor.

Capítulo 12


Porque también a mi alrededor todo se ofrecía trastocado, vertiéndose al revés, como una inmensa copa llena de algún misterioso bebedizo.

De pronto, las cosas más cotidianas, más rutinarias, se contradecían desmesuradamente, y la ya habitual desorientación que conducía todos mis pasos me convertía en una hoja desprendida de alguna misteriosa rama, dando vueltas y vueltas en el viento.

Capítulo 16


Me sentí tan indefensa que sólo supe apoyarme contra la pared del pasillo, sin decir nada. Al otro lado, a mis espaldas, lejos de mí, parecían esfumarse el Teatro de los Niños, las lecturas compartidas, el territorio de rombos azules y marrones, el Rey Cuervo y la pétrea melena del león de la terraza tiñéndose, lentamente, del atardecer. Y todo esto muy deprisa, casi un relámpago, un rayo destructivo, capaz de fulminar cuanto tocaba. Incluso el haber aprendido a volar.

Capítulo 17

Ana María Matute
Paraíso Inhabitado, 2008

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1 comentario:

Laura Garabata dijo...

Joooo.... maravilloso Kayele. Mi novela favorita, sin duda alguna. Qué pasajes tan bellos.... Gracias por tu sensibilidad.

Garabata (en su paraíso inhabitado, jeje...)