El Libro de los Abrazos, un librito maravilloso, plagado de vuelos, de plumas y de fantasías de lo más real, con esa forma tan fabulosa de narrar a nivel de tierra que caracteriza a Eduardo Galeano.
Te dejo con unos pedacitos.
Los nadies
Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies
con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que
llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy,
ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho
que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten
con el pié derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de los nadies, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la
liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica
roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.
El hambre/2
Un sistema del desvínculo: El buey solo bien se lame. El prójimo no es tu hermano, ni tu
amante. El prójimo es un competidor, un enemigo, un obstáculo a saltar o una
cosa para usar. El sistema, que no da de comer, tampoco da de amar: a muchos
condena al hambre de pan y a muchos más condena al hambre de abrazos.
La vida profesional/2
Tienen el mismo
nombre, el mismo apellido. Ocupan la misma casa y calzan los mismos zapatos.
Duermen en la misma almohada, junto a la misma mujer. Cada mañana, el espejo
les devuelve la misma cara. Pero él y él no son la misma persona:
-Y yo, ¿qué tengo que
ver?-dice él, hablando de él, mientras se encoge de hombros.
-Yo cumplo órdenes-dice, o dice:
-Para eso me pagan.
O dice:
-Si no lo hago yo, lo
hace otro.
Que es como decir:
-Yo soy otro.
Ante el odio de la
víctima, el verdugo siente estupor, y hasta una cierta sensación de injusticia:
al fin y al cabo, él es un funcionario, un simple funcionario que cumple su
horario y su tarea. Terminada la agotadora jornada de trabajo, el torturador se
lava las manos.
Ahmadou Gherab, que
peleó por la independencia de Argelia, me lo contó. Ahmadou fue torturado por
un oficial francés durante varios meses. Y cada día, a las seis en punto de la
tarde, el torturador se secaba el sudor de la frente, desenchufaba la picana
eléctrica y guardaba los demás instrumentos de trabajo. Entonces se sentaba
junto al torturado y le hablaba de sus problemas familiares y del ascenso que
no llega y lo cara que está la vida. El torturador hablaba de su mujer
insufrible y del hijo recién nacido, que no lo había dejado pegar un ojo en
toda la noche; hablaba contra Orán, esta ciudad de mierda, y contra el hijo de
puta del coronel que...
Ahmadou,
ensangrentado, temblando de dolor, ardiendo en fiebres, no decía nada.
La vida profesional /3
Los banqueros de la gran banquería del mundo, que practican
el terrorismo de dinero, pueden más que los reyes y los mariscales y más que el
propio Papa de Roma. Ellos jamás se ensucian las manos. No matan a nadie, se
limitan a aplaudir el espectáculo.
Sus funcionarios, los tecnócratas internacionales, mandan en
muchos países: ellos no son presidentes, ni ministros, ni han sido votados en
ninguna elección, pero deciden el nivel de los salarios y del gasto público, las
inversiones y las desinversiones, los precios, los impuestos, los intereses,
los subsidios, la hora de salida del sol y la frescura de las lluvias.
No se ocupan, en cambio, de las cárceles, ni de las cámaras
de tormentos, ni de los campos de concentración, ni de los centros de
exterminio, aunque en esos lugares ocurren las inevitables consecuencias de
sus actos. Los tecnócratas reivindican el privilegio de la irresponsabilidad:
- Somos neutrales-dicen
La desmemoria/1
Estoy leyendo una novela de Louise Erdrich.
A cierta altura, un
bisabuelo encuentra a su bisnieto.
El bisabuelo está
completamente chocho (sus pensamientos tienen el color del agua) y sonríe con
la misma beatífica sonrisa de su bisnieto recién nacido. El bisabuelo es feliz
porque ha perdido la memoria que tenía. El bisnieto es feliz porque no tiene, todavía,
ninguna memoria.
He aquí, pienso, la
felicidad perfecta. Yo no la quiero.
Eduardo Galeano
El Libro de los Abrazos, 1989
1 comentario:
Libro de cabecera, sin duda. Para leerlo de arriba a abajo o a saltitos... y dejarse sorprender.
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